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En la madrugada del próximo sábado 27 octubre al domingo 28 octubre 2012 los europeos estamos obligados atrasar los relojes para gastar menos en iluminación. La idoneidad del cambio de hora está avalada por varios estudios de la Comisión Europea, y el Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE) estima que, solo en España, puede ahorrar hasta 300 millones de euros.

Sin embargo, no son pocas las organizaciones que cuestionan las supuestas bondades de esta medida. Una de ellas es WWF, ONG ecologista que considera que el cambio de hora no tiene ningún impacto sobre el ahorro y la eficiencia. Justifican su opinión con varios ejemplos en los que se observa la eficacia limitada de la acción:

–          Un comercio que abra a las 10 de la mañana no habrá ahorrado con la medida (ya que tanto con la “hora antigua” como con la nueva a las 10 p.m. hay suficiente luz) y requerirán una hora más de gasto por la tarde.

–          Las empresas y oficinas que trabajan después de las seis de la tarde no dejan de gastar.

–          Las familias se encontrarán con que la oscuridad llega a sus casas una hora antes de lo habitual y gastarán por la tarde esa hora de iluminación ahorrada por la mañana.

En el polo opuesto, no obstante, están otras organizaciones como Greenpeace, que cree que esta medida contribuye al ahorro energético.

Para otros, la solución en el caso de España pasaría por adoptar, en todo su territorio, el uso del tiempo que le corresponde de acuerdo con los meridianos, es decir, el que tiene Canarias. En el año 1897 Washington acogió la primera conferencia mundial sobre horarios, en la que participaron 22 países. En esa reunión, el mundo se dividió en 24 meridianos. A Europa le correspondieron dos: el que pasa por Berlín y el que pasa por Londres. España está más cerca de Londres que de Berlín, por lo que debería utilizar ese uso horario.

La Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios Españoles aboga, como medida de ahorro energético, por introducir ciertos “hábitos” para dejar de malgastar energía, empezando por algo tan sencillo como la pausa para el café que contemplan muchas empresas. Ésta, de 20-30 minutos teóricos, se acaba convirtiendo en un descanso de 45 minutos y esto, junto a la comida, va prolongando la jornada. Además, apuesta por no dedicar más de tres cuartos de hora al almuerzo, “tiempo más que suficiente para una sana dieta mediterránea”, y sugiere una jornada laboral que finalice en torno a las 16.30-17.00 horas. La Comisión asegura haber demostrado que aquellas empresas que optan por unos horarios racionales “han logrado tres cosas de singular importancia: aumentar la productividad, facilitar la conciliación de la vida laboral y personal del trabajador y, por último, reducir gastos, entre ellos, los energéticos”.

Imagen|Crass